Pulperías
La pulpería, o casa de negocio del antiguo campo, vendía todas aquellas cosas que los pobladores necesitaban: telas, comestibles, remedios, ropas, artículos de talabartería y los "vicios": tabaco, papel para armar cigarrillos, yerba, etc. Allí se reunían a beber y a conversar los gauchos de los alrededores y los forasteros que iban de viaje; el pulpero los atendía desde atrás de una reja de hierro o madera, reja que le servía de protección contra los borrachos pendencieros y los asaltantes, de temer en esas soledades. En las pulperías había siempre una o dos guitarras, para que lucieran sus habilidades los cantores; a veces se originaban amenas payadas; allí se daban y se recibían toda clase de noticias, se jugaba a los naipes, bochas, dados y taba; se realizaban riñas de gallos y se concertaban y corrían carreras de caballos. En estos negocios, a veces, también se vendía carne para el consumo de los pobladores, los que, a su vez, vendían al pulpero cueros de vacunos, de gamas, tigres y zorros, así como la pluma de los avestruces que el gaucho cazaba con la ayuda de las famosas boleadoras.
Fortines
Hacia
comienzos de 1800 los indios atacaban las estancias y poblaciones (en una forma
de ataque llamada "malón") que se iban instalando en la
inmensa llanura de lo que hoy es Buenos Aires, llevándose las haciendas y como
un gran trofeo cautivando mujeres y niños.
Estos
actos fueron los que dieron origen a una línea de frontera con el indio, tomando
como referencia el río Salado, instalándose fuertes y fortines que les
permitían protegerse.
La vida
en la frontera con el "desierto" (así se llamaba en esos
tiempos a las tierras habitadas por los indios) era muy dura, y llena de
penalidades.
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